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DE MADRID A NAPOLES

Entonces me atreví á atravesar la arena diametralmente, y, al llegar cerca de su centro, vi levantarse en los aires una enorme Cruz negra, cuyos brazos parecian tocar en Oriente y Occidente.

Esta Cruz, herida oblicuamente por la luna, se copiaba en el suelo con proporciones tan colosales, que abarcaba toda la arena. — Yo me acordé de la Cruz que se apareció á Constantino cuando marchaba contra Magencio, y de aquellas milagrosas palabras: In hoc signo vinces

La que se alza en medio del Coliseo fue levantada por el Papa Bene- dicto XIV, asi como las Capillas ó Estaciones de la Via Sacra que he ci- tado. — Y es que desde los tiempos de aquel Pontífice se celebra en el ancho Circo, todos los viernes por la tarde una Función religiosa, que con- siste en el Via Crucis y en un Sermón (predicado al aire libre por algún Fraile desde el lugar que ocupaban los Emperadores durante las sanguinosas fiestas en que murieron tantos cristianos); sermón que escucha tranquilamente el Pueblo Romano de hoy, sentado en las mismas gradas en que sus progenitores aplaudían hace quince siglos los cruentos espectáculos que ahora anatematiza el Predicador.

No sé por qué, al considerar estas cosas, me inquieta en cierto modo el que una misma raza sea juez, parte y testigo en el proceso histórico- religioso que se abre allí todos los viernes. — Por lo menos, se me figura que en tales ceremonias no dominará aquel íntimo y entrañable sentimiento con que se oye misa en Santa María de la Alhamhra, esto es, en la Iglesia Cristiana levantada sobre los Alcázares del ausente y desheredado moro; asi como que tampoco experimentarán los católicos de Roma, en las solemnidades religiosas del Coliseo ó del Pantheon, las sublimes emociones con que un español ó un francés visitaria el Santo Sepulcro... después de haber arrojado de Jerusalen (porque no bastaría vencerlos ni dominarlos) á los judíos, á los turcos y á los árabes que hoy la profanan...

Pero, en fin, esto que digo se refiere á la presencia del romano en en Roma; no á la del católico. — Nosotros, los hijos de otros climas, sentimos en las márgenes del Tiber lo mismo que sentiríamos en las orillas del Jordán. Nosotros no somos cómplices de Nerón y Domíciano. Para nosotros, los actuales habitantes de iio?í?a tienen algo de gentiles. Aunque latinos por el idiona, por la civilización, hasta por la sangre, nosotros representamos la acción del mundo contra Roma.

En otra forma: el centinela galo que guarda la puerta del Coliseo, protege el santuario de los Mártires contra la plebe romana (hace quince años el Coliseo era una cueva de bandidos), y los romanos de hoy no se horrorizan delante de los escombros de la gentilidad, por la sencilla razón de que esos escombros representan el solar de sus mayores. — ¡Quizás no olvidan tampoco que el Cristianismo fue el rayo con que Dios hirió la frente del Capitolio! — El Pueblo de Roma tiene que ser, por consiguiente, ecléctico. Cuando más, se considerará á sí propio, y á un mismo tiempo, como vencedor y vencido. — ¡Ah! La conversación de Constantino