sino el prestigio de sus antiguos esplendores... —París también estaba muy cerca, con la red infinita de sus calles animadas y de sus bulevares; con su vitalidad vertiginosa, con su perfume especial y su especial alegría... «¿A dónde ir?»
Después de haber almorzado con gran apetito, Liliana se decidió por París y dio orden á su cochero de conducirla al Louvre. Al llegar á la plaza de la Concordia, sin embargo, bajó del carruaje y recorrió á pie las arcadas interminables que van de las Tullerías á la plaza del Teatro Francés.
Vestida con un trajecillo ligero y modesto, que revelaba sus instintos bohemios, y peinada, como siempre, de un modo especial y llamativo, la viuda del noble marqués parecía más bien una divette de café-concierto que una dama millonaria. Al verla pasar, los hombres volvíanse hacia ella con miradas de deseo.