En el Louvre compró algo —¿qué?— cualquier cosa, una bagatela inútil, una pluma, un encaje, una cinta—, y luego dirigióse hacia la avenida de la Ópera, dispuesta á ir á pie hasta Montmartre en busca de Margot. Los rayos intensos del sol habían disipado las brumas de su alma, llenando de fantásticos é indeterminados deseos su cerebro caprichoso, haciendo vibrar sus nervios con vibraciones inquietantes, embriagando ligeramente su espíritu, y rejuveneciendo todo su ser erótico. El perfume de polvos de arroz y de violetas nuevas que flota en las tardes primaverales de París, excitaba sus sentidos y cubría de sutiles cosquilleos su carne insaciable. Todo, en las vastas y alegres calles, llamaba su atención, haciéndola detenerse á cada paso ante los escapa rates de las tiendas, ante los kioscos de los periódicos, ante las columnas de anuncios teatrales; obligándola á volver la cabeza para ver á las mujeres que pasaban á su lado, ó para seguir,