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fiel ejecutor, defensor de pobres y alcalde de barrio, para cultivar, con alguna extensión y resultado, la curiosa inteligencia de Mari- quita. Ni es tampoco aventurado presumir que ésta completara, por sí sola, sus nociones del mundo y de la vida, entregándose furtiva- mente, durante la ausencia de madre o la modorra propicia de la siesta, en el patio inte- rior de los esclavos de la casa y al amparo vigilante de alguna mulata ladina, cómplice en el pecado, entregándose, digo, ala lectura deleitosa de tal o cual libro de esparcimiento imaginativo substraído a la biblioteca de don Cecilio, el Quijote, quizá, cuando no las co- medias del apasionado Lope o del travieso y malicioso Tirso.
Toda una obra teatral alo Tirso o Lope de Vega, que parecería de pura invención si no estuviera ampliamente documentada por pa- peles de familia y expedientes judiciales con- servados en los archivos públicos, resultó, en
verdad, su primer casamiento con el alférez