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sirviendo de teatro a actividades políticas, bien distintas, sin duda, de las desarrolladas por misia Encarnación Ezcurra. Nin tomar cartas en el juego, como la mujer de Rosas, la de Avellaneda tampoco desdeñaba ocasión que se le presentase para acrecentar el pres- tigio y los partidarios de su esposo o servir con inteligencia sus designios. Bien lo com- prendían aquellas personas que, por cual- quier motivo, necesitaban acercarse al jefe delestado o formularle algún pedimento, y, temerosas de no ser oídas si lo efectuaban di- rectamente, acudían, en primera instancia, al « despacho » de misia Carmen como a puerto seguro de salvación. Sólo dos casos citaremos en abono de lo dicho. En 1875, doña Juana Manuela Gorriti llegaba a Buenos Aires procedente de Lima, donde sus patéticas desventuras conyugales y su negra pobreza de emigrada habíanla compelido a pedir al magisterio el pan de los suyos y el propio sustento. Hija de un prócer de nuestra inde-