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pendencia y con sus fuerzas casi agotadas para la lucha «la pobre peregrina », como se llamaba, venía a solicitar una pensión al gobierno de su país ; pero un óbice legal ce- rrábale el paso, el de su matrimonio. El mo- mento elegido para la petición era además todo menos que propicio, pues, cuando se exhortaba por el jefe del estado, como algo absolutamente necesario ahorrar sobre el hambre y la sed de todos para servir con pun- tualidad nuestra deuda pública, no parecía oportuno impetrar subsidios que importaban favores excepcionales. ¿Qué hacer en tal si- tuación? La ilustre eseritora no vaciló un solo instante : expuso su caso a la señora del presi- dente quien lo tomó a su cargo con tanto em- peño que, en el breve término de dos meses, el congreso concedía la pensión graciable y el presidente promulgaba la ley. La estimable tradicionista no olvidó, por cierto, el ser- vicio recibido. Próxima ya a caer vencida
por la vejez, escribe a su benefactora una