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—Coronel, — dijo el doctor Avellaneda, des- cendiendo del coche, al jefe del cuerpo que salió a recibirlo — el presidente de la República viene a pedirle a usted hospitalidad.
— Señor, — contestó sorprendido, pero resuel- to, el bravo y caballeroso Manuel J. Campos —el presidente de la República no pide hospitalidad en ningún punto del territorio argentino, y mucho menos en 10 de los cuarteles del ejército nacio- nal. Puede V. E. dar sus órdenes, pues aquí esta- mos todos para cumplirlas.
- Las órdenes fueron dadas, y, días después, las autoridades de la Nación ejercían sus fun- ciones constitucionales en el vecino pueblo veraniego de Belgrano, declarado al efecto su sede provisional. Doña Carmen, entre tanto, tomaba por su parte las medidas ne- cesarias para compartir la suerte de su es- poso, visitando, en persona el propio Bel- grano, donde arrendó una casa para ella y los suyos. Conocido el hecho en la ciudad de Bue- nos Aires, algunos se propusieron impedir esa traslación, por creer que la permanencia