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de la familia del presidente evitaría, en caso de lucha, el bombardeo de la plaza. Para hacer desistir a la señora de su idea, hízole una visita el doctor Manuel Quintana, quien reveló una vez más, en el desempeño de su cometido, su tacto exquisito de diplomático gentilhombre. Misia Carmen dejó que el dis- tinguido jurisconsulto y hábil dialéctico ex- planara in extenso su persuasiva demostra- ción, fundada en los peligros a que se exponía la señora, y, agotadas que fueron las muni- ciones del embajador, se limitó a contestar estas sencillas palabras: « Nadie mejor que usted, doctor Quintana, sabe que el primer deber de la esposa es seguir a su marido donde quiera que vaya y correr a su lado los mismos peligros. »

Ya iban a ponerse en movimiento los co- ches en que se marchaba la señora con sus nueve pequeños hijos, cenando surgió de pron- to un obstáculo inesperado. El marido del ama

que daba el pecho al menor de los niños, gra-