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ble, o amistosa y cariñosa, según el caso, pero ocultando siempre, para no lastimar, el eco doloroso con que resonaba en su corazón cualquier molestia o sufrimiento ajenos. To- davía otro aspecto de su instinto caritativo. Así como existen personas que postulan siem- pre la maldad de los demás — tal vez porque ellos mist10s la anidan e iucuban en el fondo de sus almas pequeñas, — Misia Carmen, por la razón opuesta, presumía la honradez de los otros, salvo la prueba en contrario. Y esa manifestación de su espíritu benévolo tuvo «u menudo este hermoso resultado: más de alguna víctima inocente, perseguida por el monstruo social de la maledicencia, que enm- pezaba a hincarle su diente ponzoñoso, encon- tró, en la protección de doña Carmen, el se- guro infalible de su buen nombre. La fiera renunciaba a una presa ya casi cierta así que la veía refugiada en el hogar de la austera matrona, tenido, por todo el mundo, a modo de un sagrado asilo inviolable.