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di que me ocultaban alguna persecución nueva, y el señor de Montmorency, a quien interrogué, me dijo que el ministro de Policía había enviado a sus agentes a destruir los diez mil ejemplares de mi libro, y que a mí me había dado orden de salir de Francia dentro de tres días.

Mis hijos y mis amigos no quisieron darme estas noticias en casa ajena; pero habían tomado todas las precauciones posibles para que no secuestrasen mi manuscrito, y consiguieron salvarlo, pocas horas antes de que fuesen a pedirmelo de parte de la Policía.

Este nuevo dolor se apoderó de mi ánimo con terrible fuerza. Me halagaba la idea de obtener nn éxito honroso con la publicación del libro. No me hubiese sorprendido que los censores me negasen el permiso de imprimirlo; pero después de acatar todas sus observaciones, después de he chas las variaciones que me pidieron, saber que iban a machacar toda la edición y que tenía que separarme de los amigos que sostenían mi ánimo, me hizo llorar. Sin embargo, una vez más trabé de sobreponerme para meditar lo que había de hacer en aquel caso, pues mis decisiones podían influir gravemente en la suerte de mi familia. Al acercarnos a nuestra casa, di la llave del escritorio, donde aún quedaban algunas notas sobre mi libro, a mi hijo menor, que saltó una cerca para entrar en las habitaciones por el jardín. Una inglesa (1), excelente amiga mía, salió a mi en(1) Miss Randall.