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Supe por los periódicos que habían llegado a los puertas del Norte unos barcos americanos, y me decidí a usar mi pasaporte para América, espe cla con V. M. padecen en Europa tal descrédito, que no puedo dar un paso sin tropezar con sus efectos. Los unos temen comprometerse visitándome, los otros se creen verdaderos héroes, porque vencen ese temor. Las más sencillas relaciones sociales se convierten asf en favores que un alma altiva no puede soportar. Algunos de mis amigos se han asociado a mi suerte con generosidad admirable; pero también he visto quebrantarse los más intimos sentimientos ante la necesidad de vivir conmigo en la soledad. Desde hace ocho años vivo fluctuando entre el temor de que nadie me ofrezca un вacrificio y el dolor de ser objeto de ellos. Esacaso, ridiculo contar así en detalle las proplas impresiones al soberano del mundo; pero lo que os ha hecho duefio de él, Señor, ha sido vuestro soberano genio. Como observador del corazón humano. V. M. se hace cargo de los móvlles más violentos y de los más delicados. Mis hijos no tienen carrera:

mi hija ha cumplido trece años; dentro de poco tendrá que tomar estado; sería gran eogísmo obligarla a vivir en las inslplaas residencias a que estoy condenada. ¡Tendré, pues también que separarme de ella! Esta vida no es tolerable ni sé como remedlarla en el continente. ¿Qué ciudad puedo escoger, donde la desgracia en que estoy con V. M. no ponga obstáculo Invencible al acomodo de mis hijos y a mi personal reposo? V. M. ignora, acaso, el miedo que los desterrados causan a la mayor parte de las autoridades en todos los países; podría contar cosas de este orden, que seguramente rebasan las órdenes de V. M. Han dicho a V. M. que yo echaba de menos París, a causa del Museo y de Talma. Eso es un modo agradable de brontear sobre el destierro; es decir, acerca del infortunio más insoportable de todos, según declaran Cicerón y Bolinghoke; poro aunque yo amase las obras maestras que Francia debe a las conquistas de V. M.aunque amase esas hermosas tragedias, imágenes del heroismo, sería V. M. quien me censurase por ello? ¿No depende la felicidad de cada individuo de la naturaleza de sus facultades? Y si el cielo me ha concedido imaginación y talento. ¿no serán necesarios para mi los placeres del arte y del ingenio? Cuando tantas gentes piden a V. M. ventajas positivas de toda especie, ¿por qué he de ruborizarme al pedir que me deje gozar de la amistad y de las artes que idealizan la existencia, sin apartarme de la sumisión deblda al monarca de Francia?" (Chateaubriand: Memorias de Ultratumba. Ed. Garnler, tomo IV. pág. 416.)