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triste viaje me quitaba de aspirar a ello, me atreví a considerar aquel signo de paz como una promesa que se me hacía. Hallábame entonces casi resignada a vivir en aquel castillo y a no publicar nada sobre ningún asunto; pero al hacer el sacrificio de los talentos que creía poseer, necesitaba cuando menos ser feliz en mis afectos, y véase de qué modo arreglaron mi vida privada, después de haberme despojado de mi existencia literaria.

1 La primera orden que recibió el gobernador de Ginebra fué la de notificar a mis dos hijos que les estaba prohibido entrar en Francia sin una nueva autorización de la Policía. Se les castigaba así por haber intentado hablar a Bonaparte en favor de su madre. De suerte que la moral de este Gobierno consiste en desatar los lazos familiares, para sustituirlo todo con la voluntad del Emperador. Se citan muchos generales que hån declarado que si Napoleón les ordenase arrojar al río a sus mujeres e hijos, no vacilarían en obedecerle. Esto quiere decir que prefieren el dinero que les da el Emperador a la familia que deben a la naturaleza. Hay muchos ejemplos de este modo de pensar, pero hay muy pocos de la imprudencia necesaria para decirlo. Sentía yo un dolor mortal, viendo que por vez primera mi situación gravitaba sobre mis hijos, apenas entrados en la vida. No se siente vacilación en la conducta propia cuando se funda en convicciones sinceras; pero en cuanto los demás empiezan a sufrir por