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parecería una súplica, y que estaba convencida de que el Emperador mismo encontraría ridículos mis elogios, dadas las circunstancias. Combatió con calor esta opinión, y volvió a mi casa varias veces para rogarme, en interés mío, según dijo, que escribiese algo en favor de Napoleón, aunque sólo fuese un pliego de cuatro caras, asegurándome que eso bastaría para que todos mis sufrimientos acabaran. Lo que a mí me decía, repetíalo a todas mis amistades. En fin, un día me propuso que cantase el nacimiento del rey de Roma. Le respondi riendo que yo no tenía idea alguna sobre el asunto, y que me limitaría a hacer votos para que tuviese una nodriza robusta. Esta broma puso fir: a las negociaciones del gobernador conmigo acerca de la necesidad de escribir en favor del actual Gobierno.

Poco tiempo después, los médicos mandaron a mi hijo menor a los baños de Aix—en—Saboya, a veinte leguas de Coppet. Escogí para el viaje los primeros días del mes de mayo, época en que estas aguas están desiertas todavía. Advertí al gobernador de este corto viaje, y fuí a encerrarme en una especie de aldea, donde aún no había ninguna persona conocida mía. Apenas llevaba yo allí diez días, llegó un correo del gobernador de Ginebra, mandándome volver. El gobernador de la provincia de Mont—Blanc, donde yo estaba, temió también que desde Aix me fuese a Inglaterra a escribir, según decía, en contra del Emperador; y aunque Londres no está muy próximo a 77