Página:Diez años de destierro (1919).pdf/139

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
137
 

era cosa perdida, porque hubieran querido correr mi misma suerte.

Estando en esta ansiedad, el señor de Montmorency, con quien me unía una amistad de veinte años, vino a verme, como ya lo había hecho varias veces durante mi destierro. Es verdad que desde París me escribieron que el Emperador había manifestado su desagrado contra toda persona que fuese a Coppet, y, sobre todo, contra el señor de Montmorency, si iba allá de nuevo. Pero confieso que no quise pensar en estos dichos del Emperador, que a veces los prodiga para asustar, y me opuse con poca energía a los proyectos de!

señor de Montmorency, que, generosamente, trataba de tranquilizarme en sus cartas. Hice mal, sin duda; pero ¿quién podía prever que se imputaría como un crimen a un antiguo amigo de una mujer desterrada el ir a pasar unos días con ella?

La vida del señor de Montmorency, consagrada enteramente a las obras piadosas o a los afectos de familia, le tenía de tal modo apartado de la política, que, a menos de querer desterrar a los santos, me parecía imposible que se persiguiera a un hombre así. Me preguntaba también qué utilidad sacarían de ello; pregunta que siempre me he hecho cuando se trataba de la conducta de Napoleón. Yo sé que no vacila en cometer cualquier maldad, siempre que le sea útil; pero no siempre adivino hasta dónde llega, en todas direcciones, su inmenso egoísmo, lo mismo en lo