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me sublevaban contra los padres que allí los habían llevado. Desde que semejante estado no se sigue por elección libre y constante del que lo profesa, inspira tanto horror como respeto en el otro caso. El religioso que me acompañaba sólo hablaba de la muerte; todas sus ideas venían de ella o a ella se referían: la muerte es el monarca soberano de aquellos lugares. Hablando de las tentaciones del mundo, dije al padre trapense que le admiraba por haberlo así sacrificado todo para sustraerse a ellas. "Somos unos cobardes—me dijo, que nos hemos retirado a una fortaleza, porque no teníamos valor bastante para batirnos en campo raso." Esta respuesta era tan espiritual como modesta (1). Pocos días después de (1) En esta excursión acompañé yo a mi madre. Impresionado por la agreste belleza del sitio, e interesado por la espiritual conversación del trapense que nos recibió, le pedi hospitalidad hasta el siguiente día, proponiéndome trasponer la montaña a ple, para visitar el gran convento del Valle Santo, y reunirme en Friburgo con mi madre y el señor de Montmorency. Al religioso, con quien continué hablando, no le costó gran trabajo descubrir mi odlo al Gobierno Imperial, y me pareció adivinar que participaba de mis sentimientos.

Por lo demás, después de darle las gracias por su bondadno volví a verle más, y no cref que conservara el menor recuerdo de muf. Cinco años después, en los primeros meses de la restauración, recibí, no sin sorpresa. una carta del trapense. Me decía que, restaurado el rey legítimo tendría yo, sin duda, muchos amigos en la corte, y me rogaba que emplease su Influencia para que devolviesen la orden los bienes que poseía on Francia. La carta estaba firmada por el padre ... sacerdote y procurador de la Trapa; y añadla en post—scriptum: "Si veintitrés años de emigración y cuatro campañías en un regimiento de caballería del ejército de Condé, ne dan algún derecho al favor real, os ruego que lo hagáis valer." No pude por menor de reir de la influencia que me auponfa el buen rellgloso y del uso de ella que solleitaba de un protestante. Envié au carta al señor de Montmorency, cuya influencia era mayor que la mía, y creo que la petición ha