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llecerse la existencia en Coppet; sus amigos y los extranjeros van a visitarla; el Emperador no quiere tolerarlo." ¿Por qué me atormentaba así?

Para obligarme a escribir en su alabanza. ¿Qué podían importarle mis elogios entre las miles de frases laudatorias que el temor o la esperanza le brindan? En una ocasión dijo Bonaparte: "Si me dieren a escoger entre realizar una bella acción o inducir a mi adversario a cometer una bajeza, sin vacilar preferiría el envilecimiento de mi enemigo." Esta es la explicación del especial cuidado con que ha desgarrado mi vida. Conocía mi adhesión a mis amigos, a Francia, a mis libros, a mis gustos, a la vida de sociedad; prívándome de cuanto constituía mi felicidad, quiso, a fuerza de desazones, reducirme a escribir una bajeza para ganar con ella mi indulto. Resistiéndome, no he contraído el mérito de un sacrificio, lo declaro: el Emperador quería de mí una bajeza, pero una hajeza inútil; porque en estos tiempos en que el buen éxito todo lo diviniza, no hubiese quedado yo completamente en ridículo si llego a conseguir volver a París por cualquier medio. Lo que le hubiera gustado a nuestro amo, maestro en el arte de degradar a las almas altivas que aún quedan en el mundo, hubiese sido que yo me deshonrase para lograr volver a Francia, y que, después de hacer mofa de mi celo en alabar a quien tanto me había perseguido, ese celo no me sirviese de nada. Me resistí a proporcionarle ese placer verdaderamente refinado; y ese es mi úni-