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co mérito en la larga lucha que ha entablado entre su omnipotencia y mi debilidad.

La familia del señor de Montmorency, desesperada con su destierro, deseó, como era justo, apartarlo de la tristeza que le había causado, y me despedí de este amigo, ignorando si alguna vez volvería a honrar con su presencia mi casa en la tierra. El 31 de agosto de 1811 rompí este lazo, el primero y último de los que me ligaban con la patria; lo rompí, por lo menos, en cuanto a las relaciones humanas, que no pueden ya existir entre nosotros; pero siempre que alzo los ojos al cielo pienso en mi respetable amigo y me atrevo a creer también que me responde en sus oraciones. El destino no me concede ya otra comunicación con él.

Cuando se supo el destierro de mis dos amigos, me agobiaban muchos pesares; pero una desgracia grande parece que nos hace insensibles a nuevos dolores. Se esparció el rumor de que el ministro de Policía había declarado su intención de poner una guardia a la entrada de la avenida de Coppet para detener a cuantos fueran a verme.

El gobernador de Ginebra, encargado por orden del Emperador, según decfa, de anularme, esta era su expresión, no perdía ocasión de insinuar, y aun. de anunciar, que cuantos tuvieran algo que temer o que esperar del Gobierno, no debían ir a mi casa.

El señor de Saint—Priest, ex ministro del rey y colega de mi padre, se dignaba honrarme con Diz ty