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saba ya de los treinta años. ¿Cómo un padre podía exigir a sus hijos el sacrificio de la existencia que se habían labrado, tan sólo por el honor de ir a ponerse bajo la vigilancia de la Policía en territorio francés? Porque tal era la envidiable suerte que les aguardaba. Tuve la triste fortuna de no haber visto al señor de Saint—Priest desde cuatro meses antes de ser desterrado; sin eso, todos habrían creido que yo le había contagiado mi desgracia.

No sólo a los franceses, sino a los extranjeros, se les advertía que no fuesen a verme. El gobernador estaba en guardia para impedir que incluso mis artiguos amigos me visitaran. Un día, entre otros muchos, me privó, por su solicitud oficial, del trato de un alemán cuya conversación me agradaba mucho; le dije aquella vez que bien podía haberse ahorrado tal refinamiento en la persecución. "¡Cómo—me respondió—. Me he conducido así por haceros un favor, demostrando a vuestro amigo que os comprometía con sus visitas." No pude por menos de reirme de tan ingenioso argumento. "Si—continuó con gravedad imperturbable. El Emperador, al ver que os prefieren a él, se enojaría." "De manera—le dijeque el Emperador exige que mis amigos particulares, tal vez muy pronto mis hijos, me abandonen para serle gratos; eso me parece un poco fuerte. Además—añadí, no veo claro cómo pue de comprometerse a una persona que está en mi situación, y eso que decís me recuerda a un reDiz 27