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narios en que vivió cierta destreza para la calumnia al alcance del vulgo, y acierta con los dichos que pueden circular mejor entre esas gentes cuyo único talento consiste en repetir las frases que el Gobierno manda publicar para su uso. Si El Monitor acusaba a alguien de haber robado en un camino, ningún periódico francés, alemán ni italiano podía publicar una rectificación. No puede uno figurarse lo que es un hombre a la cabeza de un millón de soldados y con mil millones de renta, dueñio de todas las prisiones de Europa, con los reyes por carceleros y con la imprenta a su disposición, mientras los oprimidos apenas disponen del regazo de la amistad para quejarse; capaz, en fin, de poner en ridículo al infortunio; execrable poder cuyo disfrute, como merced irónica, es el postrer insulto que los genios infernales pueden infligir a la raza humana.

Por mucha fortaleza de carácter que und tuviese, creo que era inevitable temblar viendo concitados tales medios contra sí; al menos yo experimenté, lo confieso, ese temblor. A pesar de mi triste posición, decíame a menudo que un techo para guarecerme, una mesa para mi sustento y un jardín para pasear, eran dones con los que podía darme por contenta. Pero tales como eran, no estaba segura de conservarlos en paz; podía escapárseme una palabra, podían referirsela a Bonaparte, y dónde se detendría la irritación de un hombre cuyo poderío aumenta sin cesar? Cuando brillaba el sol, mi ánimo se fortalecia; pero