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tiempo. La víspera de aquel día perdí por completo el ánimo, y por un momento me persuadi que un terror tal sólo podía sentirse cuando se iba a cometer una mala acción. Tan pronto me ponía a consultar con la mayor insensatez todo género de presagios; tan pronto, con mejor acuerdo, interrogaba a mis amigos y a mí misma sobre la moralidad de mi resolución. La actitud de la resignación en todas las cosas parece de mayor religiosidad, y no me asombra que hombres piadosos hayan sentido escrúpulos ante las determinaciones que arrancan espontáneamenta de la voluntad. La necesidad parece que tiene carácter divino, mientras que la resolución del hombre puede nacer de su orgullo. Sin embargo, ninguna de nuestras facultades nos ha sido dada en vano, y la de decidir por nosotros mismos tiene también su empleo. Por otra parte, las gentes mediocres se asombran siempre de que el talento tenga necesidades distintas de las suyas.

Cuando triunfa, el triunfo está al alcance de todo el mundo; pero cuando acarrea dolor, cuando excita a salir de los caminos trillados, aquelas mismas gentes ya no le consideran sino como una enfermedad, y casi como un yerro. Oía yo zumbar en torno mío los lugares comunes en que todo el mundo se deja coger: "No tiene dinero? ¿No puede vivir y dormir tranquilamente en un castillo hermoso?" Algunas personas de espíritu más elevado conocían que mi triste situación era insegura, y que podía empeorar, sin