Página:Diez años de destierro (1919).pdf/163

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
161
 

Me acordé de unos famosos versos de Claudiano, en los que expresa, esa especie de duda que se alza en las almas más religiosas, cuando van la tierra entregada a los malvados y la suerte de los mortales como flotando a merced del azar.

Sentí que ya no tenía fuerza para alimentar aquel entusiasmo que fomentaba todo lo que en mf puede haber de bueno, y que necesitaba comunicarme con los que pensaban como yo, para recuperar la confianza en mi propia manera de pensar y conservar el culto que mi padre me había inspirado. Invocaba muchas veces en mi ansiedad la memoria de mi padre, de aquel hombre, Fenelón de la política, cuyo genio era en todo opuesto al de Bonaparte; fué, en efecto, un genio, pues para estar, como él estuvo, en armonía con el cielo, hace falta tanto genio, por lo menos, como para abocar a sí todos los medios de acción desencadenados por el olvido de las leyes divinas y humanas. Fuí a ver el gabinete de mi padre, donde su sillón su mesa y sus papeles siguen en el mismo lugar que él los dejó; besé sus reliquias queridas, tomé su capa, que por mi orden había estado hasta entonces sobre su silla, y me la llevé para envolverme en ella, si se me acercaba el emisario de la muerte. Terminada esta despedida, evité cuanto pude todas las demás, que me hacían sufrir mucho, y escribí a los amigos de quienes me separaba, teniendo cuidado de que mi carta no llegase a sus manos hasta varios días después de mi partida. Al día siguiente, sába-

Diez años
11