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día la ocurrencia, durante la guerra, de sostener ante el Emperador la conveniencia de abandonar a los tiroleses; el señor de H, noble tirolés, consejero de Estado al servicio de Austria, que en sus acciones y sus escritos se ha mostrado como guerrero valeroso e historiador de talento, rechazó aquel indigno propósito con el desprecio que merecía. El Emperador estuvo conforme por completo con el señor de H., y probó así que, al menos, sus sentimientos eran ajenos a la condueta política que le obligaban a seguir. De la misma manera, la mayor parte de los soberanos de Europa eran, cuando Bonaparbe se hizo amo de Francia, hombres muy honrados como particulares, pero que no existían como reyes, pues en tregaban por completo el gobierno del Estado a las circunstancias y a los ministros.

El aspecto del Tirol recuerda a Suiza; sin embargo, el paisaje no tiene tanto vigor ni originalidad; las aldeas no denotan tanta abundancia; en fin, es un país bien administrado, pero que nunca ha sido libre; su capacidad de resistencia nace de su condición de pueblo montañés.

Pocos hombres notables hay en el Tirol; en primer lugar, el sistema de gobierno austriaco no es muy apropiado para suscitar genios; además, el Tirol, por sus costumbres y su posición geográfica, debería estar unido a la Confederación suiza; como su incorporación a la monarquía austriaca es contraria a la naturaleza, no ha podido desenvolver en esa unión más que las nobles