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tuas del mismo metal, alineadas a cada lado del santuario, representan a los parientes y antepasados del Emperador. Tantas pasadas grandezas, tantas ambiciones, antaño formidables, reunidas como en familia alrededor de una tumba, ofrecían un espectáculo propicio a profundas reflexiones: veíase allí a Felipe el Bueno, a Carlos el Temerario, a María de Borgoña, y en medio de estos personajes históricos, a un héroe fabuloso, Dietrich de Berna; levantando la viserá que ocultaba el rostro de los caballeros, una faz de bronce aparecía debajo del casco de bronce; las facciones eran del mismo metal que la armadura. La única visera que no puede alzarse es la de Dietrich de Berna; el artista ha querido indicar así el velo misterioso que envuelve la historia de este guerrero.

Desde Inspruck pensaba dirigirme a Salzburgo, para ganar por allí la frontera austriaca. Parecíame que todas mis inquietudes iban a terminar en cuanto entrase en el territorio de la Monarquía, donde esperaba ser bien acogida y hallarme en seguridad. Pero el momento más temible para mí era el de pasar desde Baviera a Austria; allí podía habérseme adelantado un correo para prohibir que me dejaran paso franco.

A pesar de este temor, mi viaje no fué muy rápido, porque el quebranto de mi salud con tantos sufrimientos era tal, que no podía viajar de noche. Muchas veces comprobé durante mi camino que el terror, por vivo que sea, no puede nada