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me quedaba otro recurso, y ya me preparaba a ponerlo en práctica, cuando vi entrar en mi aposento al tan temido correo, que no era otro que el señor Rocca (1). Después de acompañarme el primer día de viaje, el señor Rocca regresó a Ginebra para terminar algunos asuntos, y volvía a buscarme, haciéndose pasar por correo francés, a fin de aprovecharse del terror que este nombre inspira, sobre todo en los países aliados de Francia, y obtener caballos con más facilidad. Tomó el camino de Munich, apresurándose a llegar a la frontera de Austria para comprobar si alguien se me había adelantado o anunciado mi paso. Salía a mi encuentro para decirme que no tenía nada que temer, y para subir al pescante del coche al cruzar la frontera, el más temido, pero también el postrero de los peligros que me faltaba por correr. Así, mis crueles temores se trocaron en un dulce sentimiento de tranquilidad y gratitud.

Recorrimos la ciudad de Salzburgo, que encierra tantos bellos edificios, pero que, como casi todos los principados eclesiásticos de Alemania, presenta hoy desolado aspecto. El pacífico proceder de aquel género de gobierno desapareció con él.

Los conventos eran también conservadores; asombra el número de establecimientos y edificios levantados en su residencia por aquellos soberanos (1) En 1811, la señora de Ståel, que tenía entonces cuarenta y cinco años, contrajo matrimonio secreto con este sefor Rocca, joven oficial de velntisiete afios, de notable hermosura, de nobilísimo carácter, y que, cuando la señora de Stäel le conoció en Ginebra, parecía moribundo a consecuencia de cinco heridas que había recibido. El Sr. Rocca sólo sobrevivió un año a la señora de Stäel y murió en 1818.

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