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célibes; los pacíficos arzobispos trabajaron todos por el bien de su pueblo. Uno de ellos, en el siglo pasado, abrió un camino que corre por centenares de pasos en el seno de una montaña, como la gruta de Pausilipo en Nápoles; en el frontispicio de la puerta de entrada se ve el busto del arzobispo, y debajo esta inscripción: Te saxa loquuntur —las piedras hablan de ti—. Esta inscripción tiene grandeza.

. Entré, por fin, en Austria, que tan feliz me pareció cuando la vi cuatro años antes; desde el primer momento advertimos un cambio sensible, producido por la depreciación del papel moneda y las alteraciones múltiples que la inseguridad de las operaciones financieras ha introducido en su valor. Nada desmoraliza tanto al pueblo como esas oscilaciones continuas, que convierten a todos en agiotistas y ofrecen a la clase laboriosa un modo de ganar dinero por la astucia y no por el trabajo. No encontré ya en el pueblo aquella probidad que me admiró cuatro años antes: el papel moneda enardece la imaginación con la esperanza de una ganancia fácil y rápida, y los fortuitos azares trastornan la existencia ordenada y segura, base de la honradez de las clases medias. Durante mi permanencia en Austria ahorcaron a un hombre por haber hecho billetes falsos, en el momento en que el Gobierno anulaba los antiguos; y al marchar al suplicio gritaba que el ladrón era el Estado, no él. Es, en efecto, imposible convencer a la gente del pueblo de que es justo castiDiaz