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independencia. Bonaparte no ha podido por menos de expresar varias veces al Emperador Alejandro su desdén por Polonia, simplemente porque aspira a ser libre; pero le conviene lanzarla contra Rusia, y los polacos se aprovechan de las circunstancias para restaurar su nación. Yo no sé si lo conseguirán, porque el despotismo otorga difícilmente la libertad, y lo que ganen en su causa particular lo perderán en la causa de Europa. Serán polacos, pero tan esclavos como las tres naciones de cuya dependencia se hayan librado. Con todo, los polacos son los únicos europeos que pueden servir sin avergonzarse en las banderas de Bonaparte. Los príncipes de la Confederación del Rhin creen ventajoso servirle, aunque sacrifican el honor; pero Austria, por una combinación verdaderamente notable, sacrifica a la vez su honor y su conveniencia. El Emperador Napoleón quería que el archiduque Carlos mandase aquellos 30.000 hombres; pero el archiduque, afortunadamente, rechazó la oferta, y cuando le vi pasearse solo, vestido de gris, por las avenidas del Prater, senti renacer mi antiguo respeto hacia él.

El mismo funcionario que tan indignamente aconsejó el abandono de los tiroleses, hallábase en Viena, ausente el señor de Metternich, encargado de la Policía de los extranjeros, y véase en qué forma cumplía su cometido. Durante los primeros días me dejó tranquila. Yo había pasado ya un invierno en Viena, muy bien recibida por

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