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sociedad. Montaigne escribía antaño: "Yo soy francés por París." Y si pensaba así hace ya tres siglos, ¿qué sería hoy, cuando vemos reunidas en una sola ciudad tantas personas de ingenio, habituadas a emplearlo en el placer de la conversación? El aburrimiento me ha parecido siempre un espectro pavoroso; por el terror que me causaba, hubiese sido yo capaz de plegarme a la tiranía si el ejemplo de mi padre, y su sangre, que corre por mis venas, no hubieran triunfado de tal flaqueza Sea como quiera, Bonaparte la conocía muy bien; discierne con rapidez el lado flaco de cada cual, y utiliza los defectos de los hombres para imponer su dominación. Al poder con que amenaza y al cebo de las riquezas junta el discernimiento del fastidio, que también es un modo de aterrorizar a los franceses. La permanencia a cuarenta leguas de la capital contrasta de tal modo con los atractivos de la ciudad más agradable del mundo, que la mayor parte de los desterrados, hechos desde su niñez a los encantos de la vida de París, acaban por rendirse.

La víspera del día en que Benjamín Constant iba a pronunciar el discurso, estaban en mi casa Luciano Bonaparte, los señores X., X., X., X., y algunos más, cuya conversación tenía, en diferente grado, el interés sin cesar renovado que despiertan la fuerza de las ideas y la gracia de la expresión. Todos, excepto Luciano, dolido de haber sido proscrito por el Directorio, estaban dispuestos a servir al nuevo Gobierno, sin exigirle otra cosa que buety