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lo que me vigilasen estaba vigente aún, y que la promesa de concluir con todos aquellos ridículos tormentos habíala recibido yo directamente del Ministerio. Creí poder realizar mi primer proyecto, deteniéndome en Lanzut, castillo de la princesa Lubomirska, muy famoso porque encierra cuanto el gusto y la magnificencia pueden apetecer. Me prometía ver de nuevo al príncipe Enrique Lubomirski, a cuyo trato y al de su encantadora mujer debía yo momentos muy agradables, pasados en Ginebra. Mi propósito era estar con ellos dos días y continuar con rapidez el viaje, pues por todas partes corría la noticia de haberse declarado la guerra entre Francia y Rusia. No veo claro qué amenaza para el reposo de Austria encerraría mi proyecto; asustarse de mis relaciones con los polacos era una idea descaminada, pues los polacos servían entonces a Bonaparte. Sin duda, lo repito, no puede confundirse a los polacos con los demás pueblos tributarios de Francia; es espantoso no poder esperar la libertad más que de un déspota, y no aguardar la independencia de la propia nación, sino de la esclavitud del resto de Europa; pero, en fin, en la causa polaca, el ministerio austriaco era más sospechoso que yo, porque enviaba tropas para defenderla, y yo consagraba mis pobres fuerzas a proclamar la justicia de la causa europea, defendida entonces por Rusia. Por lo demás, el ministerio austriaco y los Gobiernos aliados de Bonaparte no saben ya lo que es una opinión, una conciencia, un afecto;