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la inconsecuencia de su propia conducta y el arte con que la diplomacia de Napoleón los agarrota, no les han dejado más que una idea clara: la de la fuerza, y hacen cuanto pueden por complacerle.

CAPITULO IX

Paso a Polonia.

Llegué en los primeros días de julio a la capital del círculo en que está enclavado Lanzut; mi carruaje se detuvo ante la casa de postas, y mi hijo fué, como de costumbre, a hacer visar el pasaporte. Al cabo de un cuarto de hora me extrañó que no hubiese vuelto, y rogué al señor Schlégel que se enterase del motivo de la tardanza. Volvieron juntos, seguidos de un hombre cuyo rostro no olvidaré nunca; una sonrisa amable en unas facciones estúpidas daban a su fisonomía un aspecto por demás desagradable. Mi hijo, fuera de sí, me dijo que el capitán del círculo le había notificado que no se me consentía permanecer más de ocho horas en Lanzut, y que, para asegurar el cumplimiento de esta orden, uno de sus agentes me seguiría hasta el castillo, entraría en él conmigo y no se separaría de mí hasta que me fuese.

Mi hijo había hecho notar al capitán que, hallándome rendida de cansancio, no tenía bastante con ocho horas para descansar, y que la llegada de un comisario de Policía podía causarme, por mi doliente estado, una conmoción fortísima. El capi-