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apearme del coche y tenderme al borde del camino. El miserable comisario pensó que había llegado el caso de compadecerse de mí, y, sin apearse de su coche, envió a su criado a buscarme un vaso de agua. No puedo expresar el enojo que contra mí misma sentía por la debilidad de mis nervios; por lo menos, la compasión de aquel hombre era una última ofensa que hubiera querido ahorrarme. Se puso en marcha otra vez al mismo tiempo que mi coche, y entré con él en el patio del castillo de Lanzut. El príncipe Enrique, que no sospechaba lo que sucedía, salió a mi encuentro con jovial amabilidad; mi palidez le asustó al pronto, y le expliqué en seguida quién era el extraño huésped que iba conmigo; desde entonces, la sangre fría, la firmeza y la amistad del príncipe para conmigo no flaquearon ni un momento.

Pero es concebible un orden de cosas en el que un comisario de Policía se instala en la mesa de un gran sefior, como el príncipe Enrique, o en la de quien quiera, sin su consentimiento? Después de cenar, el comisario se acercó a mi hijo, diciéndole con ese tono de voz meloso que tanto aborrezco cuando sirve para decir palabras mortifijese por escolta un comisario de policia, salió a su encuentro, muy conflado y alegre. El peligro a que sin saberlo se exponía heló de terror a mi madre, que apenas tuvo tlempo de hacerle una seña para que retrocediera; y sin la generosa presencia de ánimo de un noble polaco, que suministro a Rocca los medios de fugarse, hubiera sido infaliblemente reconocido y detenido por el comisario. Ignorando la suerte que podía correr au manuscrito y las circunstancias públicas o privadas que rodearían su apariclón, mi madre se creyó obligada a suprimir estos detalles, que hoy puedo dar a conocer. (Seflor Stäel, hljo.) DIE AÑOS Disa 13