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al entrar en un país donde no se siente la tiranía de Napoleón, parece que se llega a una República. Entré en Rusia el 14 de julio; este aniversario del primer día de la Revolución me impresionó por modo singular; así se cerraba para mí el ciclo de la historia de la Revolución de Francia, inaugurado el 14 de julio de 1789. Cuando la barrera que separa a Rusia de Austria se abrió para darme paso, juré que no volvería a poner los pies en un país sometido de algún modo al Emperador Napoleón. ¿Me permitirá este juramento volver a ver nunca la hermosa Francia ?

El primer hombre que me recibió en Rusia fué un francés, empleado antaño en las oficinas de mi padre; me habló de él con lágrimas en los ojos, y este nombre así pronunciado me pareció un buen augurio. En efecto, en el imperio ruso, tan falsamente llamado bárbaro, sólo he recibido impresiones dulces y nobles; ¡ojalá mi gratitud atraiga nuevas bendiciones sobre aquel pueblo y su soberano! En el momento de entrar yo en Rusia, el ejército francés había ya avanzado bastante en el territorio del imperio; sin embargo, ninguna persecución, ninguna molestia detuvieron ni un instante al extranjero peregrino; ni yo ni mis compañeros sabíamos una palabra de ruso; no hablábamos más que francés, la lengua de los enemigos que devastaban el imperio; por una desagradable casualidad, ni siquiera llevaba un criado que hablase ruso; y a no ser por un médico alemán el doctor Renner—, que con la ge-