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Casi todos llevan una gran túnica azul ajustada al cuerpo por un cinturón rojo; también el vestido de las mujeres tiene algo de asiático, observándose en él un gusto por los colores vivos, propio de los países en que el sol es tan brillante que nos agrada hacer resaltar su esplendor en los objetos que alumbra. Me aficioné en poco tiempo a estos trajes orientales de tal modo, que no me gustaba ver a los rusos vestidos como los demás europeos; parecíame en estos casos que iban a entrar en la gran uniformidad del despotismo de Napoleón, que empieza por obsequiar a todas las naciones con la conscripción, después con los tributos de guerra y luego con el código Napoleón, para regir de igual manera naciones enteramente distintas.

El Dniéper, que los antiguos llamaban Borístenes, pasa por Kiew; la tradición del país afirma que un barquero, al atravesar el río, hallá sus aguas tan puras, que fundó una ciudad en la: margen. Son, en efecto, los ríos la mayor belleza natural de Rusia. Apenas si se encuentran arroyos, porque la arena obstruye su curso. No hay tampoco variedad de árboles; el triste abedul se repite sin cesar en aquella naturaleza de poca inventiva; y hasta echaría uno de menos las piedras; tanto fatiga no encontrar nunca colinas ni valles y avanzar siempre sin ver objetos nuevos. Los ríos descansan a la imaginación de esta fatiga; así los sacerdotes los bendicen. El Emperador, la Emperatriz y toda la Corte asisten a la ceremonia de la