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bendición del Neva, en el momento más crudo del invierno. Dícese que Vladimiro, en los comienzos del siglo XI, declaró sagradas las ondas del Borístenes, y que bastaba sumergirse en ellas para ser cristiano; como el bautismo de los griegos se hacía por inmersión, millares de hombres fueron al río a abjurar la idolatría. El mismo Vladimiro envió emisarios a diversos países para saber cuál religión le convenía más adoptar; se decidió por el culto griego, a causa de la pompa de sus ceremonias. Tal vez lo prefirió también por motivos más importantes, porque el culto griego, al excluir la supremacía del Papa, daba al soberano de Rusia el poder espiritual juntamente con el temporal.

La religión griega es por necesidad menos intolerante que el catolicismo: acusada de cismática, difícilmente podría quejarse de los herejes; así, todas las religiones están toleradas en Rusia, y desde las orillas del Don hasta las del Neva, la fraternidad patria reúne a los hombres, aunque las opiniones teológicas los separen. Los sacerdotes griegos se casan; los nobles casi nunca adoptan aquel estado; de ello resulta que el clero no tiene gran ascendiente político; influye sobre el pueblo, pero es muy sumiso al Empe rador.

Las ceremonias del culto griego son, por lo menos, tan bellas como las del católico; los cánticos de iglesia son arrebatadores; es un culto en que todo lleva al ensueño; hay en él no sé qué de