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na ? Entonces, ¿por qué la has dejado?" El muerto no responde nada, pero así se proclama ante los que aún la conservan el valor de la existencia.

Enseñan en Kiew unas catacumbas que recuerdan algo a las de Roma; a ellas acuden peregrinos desde. Kazán y otras ciudades limítrofes de Asia; pero estas peregrinaciones son menos penosas en Rusia que en ninguna otra parte, aunque las distancias sean mucho mayores. Este pueblo, por su carácter, no teme ni la fatiga ni los sufrimientos corporales; es una nación paciente y activa, jovial y melancólica. Vense reunidos en ella los contrastes más chocantes, y esto es lo que hace presagiar para la nación grandes cosas; porque, de ordinario, sólo los seres superiores poseen cualidades opuestas; las masas son, en su mayor parte, de un solo color.

En Kiew probé la hospitalidad rusa. El general Miloradowitsch, gobernador de la provincia, me colmó de amabilísimas atenciones; había sido ayudante de campo de Suvarow, y no era menos intrépido que él; acertó a aumentar mi confianza en los triunfos militares de Rusia. Había encontrado hasta aquel momento solamente oficiales de la escuela alemana, que no participaban en nada del carácter ruso. En el general Miloradowitsch vi un ruso verdadero, impetuoso, valiente, confiado, y no arrastrado en manera alguna por el espíritu de imitación, que a veces roba a sus compatriotas hasta el carácter nacional. Me contó algunos rasgos de Suvarow, que prueban que este