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caballos comenzaron a escasear, porque estábamos ya cerca de los ejércitos. Temí ver interrumpido mi viaje precisamente en el instante en que más me urgía correr; cuando pasaba cinco o seis horas ante una casa de postas, puesto que rara vez había un aposento en que se pudiese entrar, pensaba estremecida en el ejército que podía darme alcance en aquel extremo de Europa, poniéndome en una situación trágica y ridícula a la vez; tal ocurre siempre que una empresa como la mía fracasa; como las circunstancias que me forzaron a emprenderla eran generalmente ignoradas, la gente se hubiera preguntado el por qué del abandono de mi casa, bien que convertida en cárcel, y personas de muy buena intención no hubieran dejado de decir, con aire compungido, que era mucha desgracia la mía; pero que me hubiese estado mejor no emprender aquel viaje. Si la tiranía no tuviese a favor suyo más que sus partidarios directos, no podría subsistir; lo asombroso, lo que denota más que nada la miseria humana, es que la mayoría de los hombres mediocres son esclavos de los acontecimientos; no tienen fuerza para elevarse sobre los hechos, y cuando el opresor triunfa y la víctima perece, se apresuran a justificar, no al tirano precisamente, sino al destino, de que es instrumento. La debilidad de la inteligencia y la del carácter son, sin duda, causa de este servilismo; pero hay también en el hombre cierto prurito de dar la razón al sino, cualquiera que sea, como un modo de vivir en paz con ély