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Alcancé por fin aquella parte de mi camino que me alejaba del teatro de la guerra, y llegué a las provincias de Orel y de Tula, de las que tanto han hablado los Boletines de ambos ejércitos. Me recibieron en estas ciudades con la más fina hospitalidad. Varios nobles de las cercanías vinieron a mi albergue a cumplimentarme por mis escritos, y confieso que me halagó descubrir que mi reputación literaria llegaba tan lejos de mi patria. La mujer del gobernador me recibió a la manera asiática, ofreciéndome sorbetes y rosas; su aposento estaba muy elegantemente adornado con instrumentos de música y cuadros. En Europa se ve por doquiera el contraste de la riqueza y de la mise ria; pero en Rusia, ni la una ni la otra se hacen, por decirlo así, notar. El pueblo no es pobre; los grandes saben, cuando llega el caso, llevar la misma vida que el pueblo; lo característico del país es la mezcla de las privaciones más duras y de los más refinados goces. Los mismos nobles, cuyas viviendas encierran las más brillantes creaciones del lujo de las diversas partes del mundo, se alimentan en sus viajes mucho peor que los campesinos franceses, y están hechos a soportar, no sólo en la guerra, sino en diversas circunstancias de la vida, una existencia física muy desagradable. El rigor del clima, y las ciénagas, selvas y desiertos que constituyen una gran parte del país, ponen al hombre en lucha con la naturaleza. Frutas y flores sólo se obtienen en las estufas; se cultivan muy poco las legumbres; vi-