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fias no hay en parte alguna. La manera habitual de vivir los campesinos en Francia no puede obstenerse en Rusia sin dispendios muy crecidos. Lo necesario es aquí un lujo; de suerte que cuando el lujo es imposible, hay que renunciar incluso a lo necesario. Lo que los ingleses llaman confort y nosotros comodidades, es apenas conocido en Rusia. La imaginación de los grandes señores rusos no se sacia con ninguna perfección; pero cuando les falta esa poesía de la riqueza, beben hidromiel, se acuestan en una tarima y viajan noche y día en un carrillo abierto, sin echar de menos el lujo a que pudiera creérseles acostumbrados. Gustan de la fortuna más por magnificencia que por los placeres que proporciona; también en esto se parecen a los orientales, que ejercen la hospitalidad con los extranjeros, los colman de presentes y desdeñian muy a menudo el bienestar habitual de su propia vida. Esta es una de las razones que explican el robusto ánimo con que los rusos han soportado la ruina que les ha acarreado el incendio de Moscou. Más habituados a la pompa exterior que al cuidado de la persona, no están ablandados por el lujo, y el sacrificio del dinero satisface su orgullo tanto o más que la magnificencia con que lo gastan. Lo característico de este pueblo es un no sé qué de gigantesco en todos los órdenes; en nada puede aplicársele las dimensiones ordinarias. No quiero decir con esto que carezca de estabilidad y de verdadera grandeza; pero la audacia y la imagina-