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ciudad fuese oriental, la huella del cristianismo reaparecía en las múltiples y muy veneradas iglesias que a cada paso atraían la atención. Moscou hacía pensar en Roma, no porque los monumentos fuesen del mismo estilo, sino porque la contigüidad de magnificos palacios y campiñas solitarias, la grandeza de la ciudad y el infinito número de templos, dan a la Roma asiática cierto parecido con la Roma europea.

En los primeros días de Agosto visité el interior del Kremlin; llegué por la misma escalera que el Emperador Alejandro había subido pocos días antes rodeado de una multitud inmensa que le bendecía y le prometía defender el imperio a toda costa. El pueblo ha cumplido su palabra. Me franquearon primero las salas donde se guardaban las armas de los antiguos guerreros de Rusia; los arsenales de este género son más interesantes en los otros países de Europa. Los rusos no participaron en la vida caballeresca medioeval ni se mezclaron en las cruzadas. En constante guerra con tártaros, polacos y turcos, su espíritu militar se formó en medio de las atrocidades de todo género que llevaba consigo la barbarie de los pueblos asiáticos y la de los tiranos que gobernaban a Rusia. Durante muchos siglos, brilló en este país, no el valor generoso de un Bayardo o de un Percy, sino la valentía fanática e intrépida. En las relaciones sociales, tan nuevas para — ellos, no se distinguen los rusos por el espíritu caballeresco, tal como lo entienden los pue-