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blos occidentales; pero siempre han sido terribles con sus enemigos. Tales degollinas se han visto en Rusia antes y después del reinado de Pedro el Grande, que la moralidad de la nación, y, sobre todo, la de los grandes señores, tiene que haberse resentido mucho. Los Gobiernos despóticos, cuya única limitación es el asesinato del déspota, acaban por arruinar en la mente de los hombres las nociones de honor y de deber; pero el amor a la patria y la fidelidad a las creencias religiosas han conservado la plenitud de su fuerza en medio de una historia tan sangrienta; nación que posee tales virtudes puede asombrar al mundo.

Desde el antiguo arsenal fuf a visitar los aposentos ocupados antaño por los Zares, donde se guardan las vestiduras que llevaban en la cere monia de la coronación. Tales aposentos no tienen mérito alguno; pero concuerdan muy bien con la vida dura que llevaban y llevan aún los Zares.

Esplendorosa es la magnificencia del palacio de Alejandro; pero el Emperador duerme en tosco lecho y viaja como un oficial cosaco.

En el Kremlin me enseñaron el doble trono que en un principio ocupaban juntos Pedro I y su hermano Ivan. La princesa Soffa, su hermana, colocábase detrás de Ivan y le apuntaba lo que tenía que decir; esta fuerza postiza no resistió mucho tiempo a la fuerza nativa de Pedro I, que a poco reinaba solo. Desde su reinado dejaron los Zares de llevar la vestimenta asiática. La gran peluca del siglo de Luis XIV fué introducida en Rusia