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pués; en cuanto llueve, la tierra se ennegrece, y ya no hay manera de encontrar el camino. Sin embargo, las viviendas de los campesinos denotan por doquiera el bienestar; adornan las casas con columnas; arabescos esculpidos en madera rodean las ventanas. Aunque atravesé el país en verano, sentía la amenaza del invierno, que parecía oculto detrás de las nubes; las frutas, en su madurez precipitada en demasía, eran de gusto agrio; una rosa me emocionaba, como un recuerdo de nuestras hermosas tierras; las flores parecían erguír su cabeza con menos orgullo, como si la helada mano del Norte estuviera ya pronta a arrancársela.

Pasé por Novogorod, que fué hace seis siglos una república asociada a las ciudades anseáticas, y que por mucho tiempo ha conservado un espíritu de independencia republicana. Suele decirse que en Europa no se pidió libertad hasta el siglo pasado; pero la invención moderna es más bien el despotismo. En la misma Rusia, la esclavitud de los campesinos se implantó en el siglo xvI. Hasta el reinado de Pedro I, la fórmula de los ukases decía: "Los boyardos han opinado, el Zar ordenará." Pedro I, aunque bajo muchos respectos hizo a Rusia bienes infinitos, abatió a los grandes y reunió en su cabeza el Poder temporal y el espiritual, a fin de no tropezar con obstáculos en la realización de sus designios. Lo mismo había hecho Richelieu en Francia; por eso Pedro I le admiraba tanto. Sabido es que al contem-