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que no salgan de una misma boca palabras contradictorias. El soberano representa al Estado, y el Estado puede cambiar de política cuando las circunstancias lo reclaman; pero el ministro no es más que un hombre, y, en cuestiones de tal importancia, un hombre no debe tener más que una opinión en el curso de su vida. Las maneras del señor de Romanzoff son de insuperable cortesía, y nobilísimo su modo de recibir a los extranjeros.

Estaba yo con él, cuando anunciaron al enviado de Inglaterra, lord Tirconnel, y al almirante Bentinck, ambos de notable presencia; eran los primeros ingleses que reaparecían en el continente, de donde los había expulsado la tiranía de un solo hombre. Después de diez años de terrible lucha, después de diez años durante los que, en los triunfos y en los reveses, los ingleses habían permanecido siempre fieles a su conciencia, brújula de su política, volvían al fin al país que primeramente se emancipaba de la Monarquía universal.

Su sencillez, su tono, su altivez, restauraban en el alma el sentimiento de lo verdadero, enturbiado por Napoleón, en aquellos que sólo leen sus periódicos o escuchan sólo a sus agentes.

No sé siquiera si los adversarios de Napoleón en el continente, rodeados como están de continuo por una opinión falsa, que los aturde sin descanso, podrán dejarse llevar con serenidad de sus propios sentimientos. Juzgando por mí, sé que muchas veces, después de escuchar los consejos de prudencia o de bajeza que nos coDiz