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no se deja engañiar dos veces por la misma persona. Alejandro otorga y retira su confianza después de madura reflexión. Su juventud y su prestancia fueron las únicas causas que en los comienzos de su reinado le atrajeron la mala reputación de ligerezas; pero es tan serio como pueda serlo un hombre que haya conocido el infortunio.

Alejandro me dijo lo mucho que sentía no ser un gran capitán; a esta noble modestia respondi que un soberano era más raro que un general, y que sostener con el ejemplo el espíritu nacional era ganar la batalla más importante de todas, la primera de ese género que se había ganado. El Emperador habló con entusiasmo de su nación y de lo mucho que es capaz de hacer. Manifestó el deseo, conocido de todos, de mejorar la situación de los campesinos sometidos a la esclavitud. "Señor—le dije yo—, vuestro carácter vale por una constitución, y vuestra conciencia es su garantía." "Aunque así fuese—me respondió—, no soy más que un accidente venturoso." Hermosas palabras, las primeras de ese género que, a mi parecer, ha pronunciado un monarca absoluto. ¡Cuánta vir tud necesita un déspota para ser juez del despotismo! Y cuántas virtudes hacen falta para no abusar del poder cuando la nación gobernada se asombra casi de tan insólita moderación!

En Petersburgo, sobre todo, los grandes señores tienen menos liberalidad de principios que el Emperador. Acostumbrados a ser los amos absolutos de los campesinos, quieren que el monarca,