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nombradía de escritor, me ha valido siempre más goces que enojos. Las críticas de que son objeto los libros pueden soportarse con facilidad cuando se tiene cierta elevación de alma, y cuando se ama las ideas grandes por sí mismas y no por el triunfo que pueden procurarnos. Por lo demás, me parece que el público, al cabo de cierto tiempo, es casi siempre muy equitativo; por eso es necesario que el amor propio se acostumbre a dar treguas a las alabanzas, porque con el tiempo se obtiene lo que uno merece. En último caso, aunque hubiera que sufrir una injusticia duradera, no existe, a mi parecer, mejor defensa contra ella que las meditaciones filosóficas y las emociones suscitadas por la elocuencia. Estas facultades nos transportan a un mundo de verdades y de sentimientos en el que uno respira a sus anchas.

CAPITULO IV

Conversación de mi padre con Bonaparte.—Campaña de Marengo.

En la primavera de 1800, Bonaparte partió, ara la campaña de Italia, famosa, sobre todo, por la batalla de Marengo. Pasó por Ginebra, y como expresó descos de ver al señor Necker, mi padre le visitó en su alojamiento, más con la esperanza de serme útil que por otro motivo alguno. Bonaparte le recibió muy bien y le habló de sus proyectos del momento con la especial confianza propia de su carácter, o más bien de su cálculo, porque así es