la candorosa fe popular sin haber adquirido el culto al honor. También la envidia minaba las relaciones entre los jefes del ejército. El Gobierno despótico despierta por su naturaleza, y a pesar suyo, los celos entre sus servidores; como la voluntad de uno sólo puede cambiar totalmente la suerte de cada individuo, el temor y la esperanza tienen tal campo de acción, que sin cesar fomentan la envidia, excitada además por otro sentimiento: el odio a los extranjeros. El general que mandaba el ejército ruso, Barclay de Tolly, aunque nacido en territorio del imperio, no era de raza esclavona bastante pura; esto era sobrado para que no pudiese llevar a los rusos a la victoria; además, había aplicado su distinguido talento a un sistema de guerra de posiciones y de maniobras, mientras que el arte militar que conviene a los rusos es el ataque. Hacerlos retroceder, aunque sea por un cálculo discreto y bien fundado, es enfriar en ellos la impetuosidad, que constituye su fuerza. Los auspicios de la campafa eran, pues, tristísimos, y el silencio que acerca de este asunto se guardaba, aún más pavoroso.
Los ingleses insertan en sus papeles públicos noticia exacta de los heridos, prisioneros y muertos en cada batalla; noble candor de un Gobierno que es tan sincero con la nación como con el monarca, reconociendo a los dos el mismo derecho a saber el estado de los asuntos públicos. Paseábame yo con tristeza profunda por aquella hermosa ciudad de Petersburgo, que podía ser presa del ven-