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cedor. Cuando al caer de la tarde volvía de las islas y veía la cima dorada de la ciudadela brotar en los aires como un trazo de fuego, cuando vefa reflejados en el Neva los muelles de mármol y los palacios que le rodean, representábame yo tantas maravillas mancilladas por la arrogancia de un hombre, que iría a decir çomo Satán en la cumbre de la montaña: "Los reinos de la tierra son míos." Todo lo bello y bueno que había en San Petersburgo pareciame abocado a la destrucción, y no podía gozar de ello sin que me persiguiese tan doloroso pensamiento.

Fuf a visitar los establecimientos de educación fundados por la Emperatriz, y allí más que en los palacios, redoblaba mi ansiedad; porque basta que el hálito de la tiranía de Bonaparte se acerque a las instituciones encaminadas al mejoramiento de la especie humana, para que su pureza se corrompa. El Instituto de Santa Catalina se compone de dos casas, y cada una alberga doscientas cincuenta doncellas nobles o burguesas, educadas allí con un esmero muy superior incluso al que las familias ricas podrían consagrar a sus hijos. El — orden y la elegancia imperan en los menores detalles del Instituto; los más puros sentimientos religiosos y morales presiden en el cultivo de las bellas artes. Las mujeres rusas tienen tanta gracia natural, que al entrar en la sala donde las educandas nos saludaron, no vi ni una sola que no pusiera en aquella reverencia cuanta cortesía y modestia pueden expresarse en una acción tan y