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tonces el padre, desesperado, no quiso ocuparse ya más de la guerra ni del Poder, y sobrevivió muy pocos meses a su hijo. Esta rebeldía de un déspota viejo contra la marcha del tiempo es grande y solemne; el enternecimiento que en aquella alma feroz sucede al furor, nos muestra al hombre tal como sale de las manos de la naturaleza, tan pronto irritado por el egoísmo como retenido por el afecto.

Una ley rusa imponía la misma pena al que mutilaba el brazo de un hombre que a su matador.

En efecto, en Rusia el hombre vale sobre todo por su fuerza militar; los demás modos de energía sólo se aprecian en virtud de instituciones y costumbres no desenvueltas aún en Rusia. Las mujeres, sin embargo, parecían penetradas, en Petersburgo, de aquel sentimiento del honor patrio, que constituye la fuerza moral de un Estado.

La princesa Dolgoruki, la baronesa de Strogonoff y otras varias, sabían ya que una parte de su fortuna había padecido gravemente por la devastación de la provincia de Smolensk, y no parecían pensar en ello más que para animar a sus iguales a sacrificarlo también todo. La princesa Dolgoruki me contó que un anciano de luenga barba, encaramado en un altozano que domina a Smolensk, decía llorando a su nieto que tenía en las rodillas: "Hijo mío, en otros tiempos, los rusos iban a ganar batallas a los confines de Europa; ahora vienen los extranjeros a atacarnos 1 " 1 !