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modo de su firmeza de voluntad, que, a pesar de la toma de Moscou y de todos los rumores que de este suceso nacieron, no creí que cediese jamás.

Tuvo a bien decirme que después de la toma de Smolensk, el mariscal Berthier escribió al general en jefe ruso respecto a ciertas cuestiones militares, y que terminaba su carta diciendo que el Emperador Napoleón conservaba la más tierna amistad por el Emperador Alejandro; insípida burla que el Emperador de Rusia recibió como era debido. Napoleón le había dado lecciones de política y de guerra, abandonándose en las primeras a su malsano charlatanismo, y en las segundas, al placer de mostrarse descuidado por desdén.. Se llevó chasco con el Emperador Alejandro; la nobleza de su carácter le pareció un engafio; no se dió cuenta de que si el Emperador de Rusia se dejó llevar demasiado lejos por su entusiasmo, fué porque creyó que Napoleón era partidario de los primeros principios de la Revolución francesa, que concordaban con sus opiniones propias; pero nunca tuvo Alejandro la idea de asociarse con Napoleón para esclavizar a Europa.

Napoleon, en esta circunstancia como en todas, creyó conseguir deslumbrar a un hombre con una falsa representación de sus intereses; pero tropezó con una conciencia, y sus cálculos resultaron fallidos, porque desconoce la fuerza de aquel elemento, que no entra nunca para nada en sus combinaciones.

Aunque Barclay de Tolly era un militar bien