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desmanes de sus ejércitos como los alemanes e italianos que le siguen. Antes de partir, el general Kutusow fué a orar a la iglesia de Nuestra Señora de Kazán, y todo el pueblo, que seguía sus pasos, le aclamó salvador de Rusia. ¡Qué momento para un mortal! Su edad no le permitía esperar sobrevivir a las fatigas de la campaña; pero hay instantes en que el hombre necesita morir para saciar su alma.

Segura ya de la generosa opinión y de la noble conducta del príncipe de Suecia, me confirmé más que nunca en la determinación de ir a Estocolmo antes de embarcarme para Inglaterra (1); y hacia el fin de septiembre salí de Petersburgo para ir a Suecia por Finlandia. Mis nue(1) La señora de Stäel estaba en Londres en abril de 1815. Su existencia era uno de los más terribles reproches dirigidos a Napoleón. Es innegable que no tiene excusa lo que ha hecho contra ella. Ningún motivo le justifica en este caso, a diferencia de otros actos suyos muy severos, que tal vez podrían juzgarse más favorablemente de lo que se usa.

La señora de Stäel era una víctima inocente, a pesar de los yerros que Napoleón la imputaba. Yo quiero mucho a la señora de Stäel por su gloria, por su hermosa nombradía, tan bien y tan noblemente conquistada; la quiero por su bondad, y por la brillante aureola que a su genio debemos las mujeres. Era, además, grande y generosa, y au alma sabla amar, como yo comprendo muy bien que se ame. Con cuánta alegría pensaba yo en au regreso a Francia! Era francesa ante todo, a mi parecer, y uno de los motivos de mi afecto por ella es que no se olvidó de esa cualidad.

Un reproche podría hacérsele, sin embargo: la excesiva la titud que ha dado a su resentimiento con Napoleón. Por mi parte, me siento naturalmente Inclinada a guardar silenclo sobre los que me ofenden. Nunca pronuncio su nombre, y si lo hago, es sin acritud. Tal vez les molesto más callando que hablando. Así lo creo. Me parece que la venganza del silenclo es la más noble, la más digna. La señora de Stael no pudo resistir a la tentación placentera de golpear al coloso ahatido. Al fin, por algo era mujer. (Memorias de la duquesa de Abrantes. T. X, pág. 478.) Dz