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vos amigos, los que por conformidad de sentimientos se habían aproximado a mí, vinieron a decirme adiós; sir Roberto Wilson, que busca por todas partes las ocasiones de combatir y de inflamar el ánimo de sus amigos; el seflor de Stein, carácter antiguo, que sólo vive de la esperanza de ver libertada a su patria; el enviado de España, el ministro de Inglaterra, lord Tirconnel; el espiritual almirante Bentink, Alejo de Noailles, el único francés, emigrado como yo por no someterse a la tiranía imperial, que hubiese allí para dar testimonio por Francia; el coronel Dornberg, natural de Hesse, hombre intrépido y perseverante, y varios rusos que después han ilustrado sus nombres con sus hazañas. Nunca había corrido mayor peligro la suerte de todos; nadie lo ignoraba, pero no se atrevían a decirlo; yo sola, por ser mujer, no estaba amenazada; pero bien podía tomar en cuenta mis pasados sufrimientos. Al decir adiós a tan dignos paladines de la raza humana, no sabía yo a cuantos de ellos volvería a ver; dos han muerto ya. Cuando las pasiones humanas se encrespan y chocan, cuando las naciones se atacan con furor, reconocemos en esas desventuras el destino de la humanidad y gemimos por ella; pero cuando un solo hombre, semejante a los ídolos de los lapones incensados por el miedo, esparce a torrentes el mal sobre la tierra, un terror supersticioso nos sobrecoge y nos lleva a considerar a todas las personas honradas como otras tantas víctimas.

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