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37 entendérselas con la fuerza y la rudeza revolucionarias que rodeaban a Bonaparte. Uno de los ayudantes de Bonaparte se quejaba de la familiaridad del señor de C.; le parecía mal que uno de los principales personajes de la Monarquía austriaca le estrechase la mano tan sin cumplidos. Estos principiantes en urbanidad no creían que la naturalidad fuese de buen gusto. Si se hubiesen conducido a sus anchas habrían cometido, en efecto, graves inconveniencias, y por eso su mejor recurso en el nuevo papel que pretendían representar era la tiesura arrogante.

José Bonaparte, negociador de la paz de Luneville, invitó al señor de C. a su deliciosa finca de Mortefontaine, y allf me encontré con él. José era muy aficionado a las labores del campo, y se paseaba con mucho gusto y sin cansarse ocho horas seguidas en sus jardines. El señor de Ctrataba de acompañarlo, aún más jadeante que el duque de Maguncia cuando Enrique IV se divertía haciéndole andar a pesar de su gordura.

El pobre hombre ensalzaba, sobre todos los pla ceres campestres, el de la pesca, porque permite sentarse; hablaba con afectada vivacidad de la inocente diversión de atrapar unos cuantos pececillos con el anzuelo.

Pablo I había maltratado al señor de C. de un modo indigno cuando estuvo de embajador en.

Petersburgo, y estando él y yo jugando en un salón de Mortefontaine, uno de mis amigos vino a decirnos que el Emperador Pablo había muerto »Digitzad